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El dolor y la rabia impregnan el ambiente. Los vecinos se aglutinan en fila india frente a las puertas de acceso del Polideportivo de Villablino (León). Guardan la entrada ellas, con pañuelos en las manos; ellos, con el rostro hirsuto. "Esto se podría haber evitado. Luego se olvidarán de los muertos. Nos han abandonado", lamentan.
En el pabellón todo está dispuesto. Coronas de flores y carteles que recuerdan a Amadeo Bernabé, Rubén Souto, Jorge Carro e Ibán Radio, los cuatro mineros lacianiegos que perdieron la vida ayer en la mina de Cerredo (Asturias). El quinto, David, era natural de El Bierzo. Sus familiares entran al recinto como pueden, entre sollozos ahogados. Las madres se deshacen en llantos, lo único que se escucha a la entrada.
Les recibe un muro de autoridades: la delegada del Gobierno en Asturias, Adriana Lastra; el líder del PSOE en Castilla y León, Carlos Martínez, y el presidente de la Junta de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco, que fue el último en llegar.
La comarca entera sintió el cañonazo de la explosión al enterarse. No los conocían, pero no les importa. "Yo he sacado a 19 compañeros muertos de la mina. Es como volver a vivirlo", comenta un hombre a las puertas del supermercado. Desde esa esquina ve llegar los cuatro coches fúnebres. "Joder", se le escapa. "Esto podría haberse evitado. Parece mentira", se quejan sus compañeros junto a él.
La palabra negligencia sobrevuela el valle de Laciana. Ya lo advirtieron ayer algunos vecinos del pueblo minero asturiano: "Los dos dueños anteriores estuvieron en la cárcel". Y es la empresa Blue Solving la que hoy está en el centro de la investigación que la Guardia Civil está llevando a cabo para esclarecer qué desencadenó la explosión de gas grisú en la mina de Cerredo que ayer arrebató la vida a cinco trabajadores y dejó gravemente heridos a otros cuatro.
"No se puede hablar antes de tiempo", señala un antiguo minero de Villablino, "pero la empresa era conocida aquí". Investigaban los mineros la viabilidad de la extracción del carbón del yacimiento para extraer y fabricar grafito.
La escena es desoladora. La procesión de familiares y amigos que caminan hacia las autoridades, que les dan su pésame, se deja caer por los aledaños como sin rumbo. Hay madres, mujeres, que ponen el grito en el cielo y se preguntan por qué en un grito ahogado, perdido en el cuello de los guardias civiles o los trabajadores de Protección Civil a los que también se abrazan y les reconfortan. Que fruncen el ceño y se muerden visiblemente el revestimiento de la mejilla para no dejar caer ninguna lágrima. La tragedia no sólo ha tocado a cinco familias; ha inundado Villablino.
Un minuto de silencio ha arropado el polideportivo rápidamente. Al finalizar, la afluencia de los vecinos hacia el interior del pabellón ha sido torrencial. Entraban agarrados, con las caras desencajadas, en silencio. Villablino tiene poco más de 8.000 habitantes. Muchos de ellos estaban encaramados a las televisiones en algún bar cercano, con los ojos fijados a la capilla ardiente. Es una jornada de luto, de duelo: "Es muy triste, muy triste", repiten en bucle. Un paisano comenta por lo bajo: "Me salgo un rato. Que yo esto no lo aguanto".